Laura Durán - 2019


Mi experiencia en el Plan 3000 desde el minuto uno fue impresionante. En mi primer contacto, tanto con los niños, como con los responsables y todos los padres o adultos, ya pude notar la gran hospitalidad de los Cruceños. No me costó ni un día sentirme integrada y acogida como en casa.

Los días en el Plan eran muy intensos. Por las mañanas, hacíamos apoyo escolar a los niños, ayudando a la profesora del curso, en mi caso, con los alumnos de tercero de primaria (8 años). Después de comer y descansar un poco, dábamos apoyo escolar a los niños con más dificultades de aprendizaje tanto del colegio como del barrio.

Cuando terminábamos el repaso, nos reuníamos en la cancha del colegio, que servia de parque del barrio ya que estaba abierto al público tal y como quería el Padre Vicente. Por lo tanto, intentábamos tener juegos preparados mas o menos para todas las edades para poder así atraer tanto a niños como jóvenes o adultos para hacerles pasar un rato agradable.

En nuestros ratitos libres, con los otros voluntarios, preparábamos diferentes actividades para llevar a cabo los fines de semana o por las tardes. Los mismos niños y jóvenes nos pedían actividades también. Pudimos llevar a cabo bastantes actividades como un torneo de fútbol, torneo de ajedrez, taller de cocina, noche de talentos, batallas de rap con los jóvenes... e incluso realizamos una salida con algunos niños a las Lomas de Arena (una especie de dunas) donde tanto ellos como nosotros nos lo pasamos genial.

La gente del barrio nos invitaba a sus reuniones, fiestas o simplemente a conocer sus familias como si fuéramos uno más, cosa que nos hacia sentir muy integrados en la comunidad.


Pero no todo ha sido un camino de rosas, puedo decir que algunas historias y vivencias fueron duras emocionalmente y me han hecho reflexionar sobre muchos aspectos de la vida que no había pensado antes. Había problemas o situaciones difíciles en las que sentías impotencia por no poder ayudar más. El hecho de compartir abiertamente estos sentimientos e historias con los otros voluntarios o gente con la que gané confianza fue clave para que éstas fueran un poquito más llevaderas. Al estar tan integrados en su comunidad, la despedida también fue algo bastante duro ya que dejas ahi a gente maravillosa que costará olvidar.

En definitiva, creo que el simple hecho de estar acompañando a la gente del barrio en su día a día, aunque sea por poco tiempo (en mi caso 48 días) y ayudando en todo lo posible es algo positivo y deja una huella muy grande en mí (y espero que en alguno de ellos).

La felicidad que transmiten día a día a pesar de los problemas económicos o sociales que sufren, o el hecho de compartir todo lo que tengan aunque sea nada, es un punto que deberíamos reflexionar todos. Por todo lo dicho, y por todo lo que no puedo mencionar ya que podría escribir una novela, ha sido una experiencia increíble e inolvidable que espero repetir pronto. :)

logo